lunes, agosto 07, 2006

La Envidia

La pasión más aterradora y vana que un ser humano puede sentir es la envidia, porque ésta nunca puede ser satisfecha.
Jacomet escribía que la señal del envidioso es creer que los demás consiguen todo sin esfuerzo, sin merecimientos. Es por eso que la satisfacción y el alivio en este tipo de personas nunca pueden alcanzarse, porque el envidioso jamás se empeña en trabajar por lo que envidia.

El asunto es que pienso en esto y me pregunto ¿para qué envidiar?

Si la envidia es tan nefasta y no consigue nunca fines, entonces 
no tiene sentido concebirla...
La lujuria, la gula, la pereza, por ejemplo, sí tienen una razón de ser. De hecho, son pasiones que satisfechas no sientan tan mal 
y si hacen daño el deteriorado es uno mismo. 
¿Pero el envidioso? ¿Cómo satisface su envidia? Seguramente con el daño a terceros. Yo no logro entender que pueda ser un placer ver como otros sufren, lloran y pierden. 
Comprendo que la envidia tenga un por qué, pero no le veo un para qué.

Quizás sólo me queda pensar la envidia como causal de progreso; pero me niego a especular así. Si existe esa clase de progreso es a costa de otros 

y eso se ve en personas, sistemas y naciones.
Nadie quiere progresar por envidia, eso no es progreso, es robo.

Habría que agregar, pues, 

que si el envidioso se empeña en trabajar por lo que envidia, se equivoca. 
Se equivoca en el medio y se equivoca al creer en un fin.